La veía dormir profundamente, boca arriba, con su cara levemente inclinada hacia mí, descansando sin prisa. Yo, no podía siquiera cerrar los ojos por unos segundos. Resignado me levanté cuidadosamente, me cubrí con la bata que descansaba en el piso y caminé hacia el escritorio. Armé un cigarrillo con un poco de marihuana que había sobrevivido a la noche anterior, lo encendí, y me hundí en el sillón a disfrutar la quietud de ese momento.
Entre pitadas y humo el tedio disminuye, la existencia se vuelve más apacible. El aturdimiento me permite ver y mirar como miran los peces desde adentro de las peceras, a través de un mundo de agua, vidrio, y ruidos distantes. Pero desde allí, desde mi rincón de la enajenación –como le dice ella-, increíblemente reparé en esa espantosa araña, que descendía desde el cielorraso, moviendo frenéticamente sus patas traseras.
Cuando fumo marihuana el corazón acelera su paso, y a veces siento que los latidos suben por mi cuello y llegan a mis oídos. Pero esa araña verde, sostenida en el aire mediante algún recurso macabro, logró trastornarme completamente. Comencé a sudar, y sentí que me faltaba el aire. Desesperado, acorralado en el rincón, busqué histérico un papel en el escritorio, tomé un espejo, corte la cocaína con el cortaplumas y aspiré cuatro líneas seguidas, respiré profundamente una vez, y aspiré la quinta.
Cuando levanté la cabeza, y alcé la vista, la araña estaba a dos o tres centímetros del pecho de Laura.
Los musulmanes observan a las arañas con respeto y gratitud: sostienen que Mahoma salvó su vida gracias a ellas. Algunas leyendas de aborígenes mexicanos relatan como el dios Tezcatlipoca, bajó del cielo utilizando una soga hecha con hilos de tela de arañas. La clásicos dicen que Minerva, sintiéndose culpable por la muerte de Arachne, le devolvió la vida pero bajo la forma de una araña. Las arañas, sin dudas, no son sólo de este mundo. Yo no podía hacer nada contra ella.
Finalmente la araña alcanzó el cuerpo de Laura. Creí que entonces ella la sentiría, que inmediatamente saltaría de la cama gritando. No fue así. La araña esperó unos segundos, hasta estar segura que Laura continuaba durmiendo y, muy lentamente, comenzó a recorrer el camino hacia sus pechos. La situación me excitó. Sentí en mi entrepierna a mi miembro despertando. Imaginé que en sus sueños, Laura sentía esas caricias como mías. Sus patas eran mis dedos, su boca era mi boca, y ese mordisco era apenas un beso.-
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