viernes, 26 de febrero de 2010

Entredicho

Dos hombres caminan por la orilla del río Uruguay, en un día caluroso de Enero mientras todos en el pueblo observan el mandamiento de la siesta. El cielo abierto no sabe de secretos ni de  hombres, solo contempla  su reflejo en aguas que pronto lucirán turbias, marrones; a lo lejos algunos  teros anuncian una lluvia que llega con unos días de demora.
Uno de los hombres se detiene y  le dice al otro:
 _ Creo que no conviene que te metas, Luis.- lo dice suavemente, y la frase es una reflexión que queda suspendida en el aire. 
Luis se queda callado, con la mirada perdida en las islas que flotan sobre el agua. Toma algunas piedras de la arena y comienza a lanzarlas al río una por una. Patito. Luis recuerda que de chico era campeón de patito; el secreto estaba en tomarse un poco de tiempo para elegir bien la piedra, el resto era práctica. Como si la memoria también estuviera en el cuerpo, el movimiento de su brazo, ese latigazo de costado, lo lleva a la tarde en que tomó una piedra, la lanzó y vio como rebotaba quince veces sobre la superficie del agua antes de perderse definitivamente en el fondo del río; fue durante un paseo con Laura, mientras buscaban un lugar tranquilo donde conversar. Ese acto de destreza lo llenó de seguridad, Laura sonrió y él casi sin dudarlo la besó apasionadamente. Pero la cosa terminó mal porque el padre de ella los sorprendió, y menos mal que él era ligero de piernas –y el padre de Laura un pésimo tirador- porque si no cree que no la contaba ¿cuántos años habían pasado desde aquella tarde?
 - ¿Me escuchás, Luis? – preguntó el hombre, intuyendo que Luis se había perdido en algún lugar.
 _ Sí, sí. Ya sé.- Luis se queda con la mirada fija en el horizonte, sin ganas de continuar con la conversación, disgustado por la irrupción de la realidad en su recuerdo.
Continúan caminando por la orilla, saludan a un pescador, toman un mate que les convida y cambian el rumbo, dirigiéndose hacia los árboles en busca de un poco de sombra.
 _ ¿ Y vos que vas  a hacer? –pregunta Luis, buscando en la respuesta de su amigo una certeza, un punto de referencia.
 _ Nada. Todavía tengo para aguantar un tiempo. Me voy a ir unos meses al campo, a mirar las vacas y ver crecer el pasto. ¿Por qué no  venís conmigo? –Luis hace un gesto negativo con la cabeza, y mira al frente, pensativo- Pero vamos,  veni conmigo al campo che!, de paso podes practicar un poco de tiro... que mal no te va a venir –Luis mira de reojo a su amigo y casi se rie.- Vamos, venite al campo...
 _  No. Estoy seguro, es algo simple, sin complicaciones.
 _  No seas boludo!
 _  ¿No escuchas que no hay riesgo? ¿estas sordo?
 _ No, me estas hablando como un pelotudo. Parece que fueras un gil de esos que quiere salvarse en un día. ¿Viste uno de esos giles? Bueno, uno de esos pareces ¿No aprendiste nada todavía?
El hombre mira el suelo un segundo, y cuando levanta la cabeza lo mira a Luis y le dice: 
 _ Y guardate esa mirada para otro, ¿me escuchas? ¿o qué te pensas?, gil, porque vos sos un gil –aclara-, ¿que me vas a hacer arrugar? ¿qué no te voy a decir lo que pienso?
La mirada de Luis se pierde nuevamente en el río mientras el  silencio se interpone entre ellos. De repente hace más calor. Luis saca dos cigarrillos, los enciende y le alcanza uno a su amigo.
 _ Gil –murmura su amigo, y Luis lo mira de reojo, y casi se rie nuevamente. Luis termina  su cigarrillo y lo mira a su amigo, que fuma como masticando su enojo, y le toca la nuca con la palma de la mano.
 _ Gil –repite el otro, ya casi para sus adentros.
Luis señala con el mentón el camino hacia la costanera, se incorporan, y  escupiendo al suelo casi simultáneamente,  retoman la caminata bajo la sombra de lo árboles. 

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