martes, 23 de febrero de 2010

Lluvia

Mi abuelo, que sabía mucho, me contó  que mucho tiempo atrás, cuando llovía y la tormenta se acercaba, los indios miraban en silencio al cielo, temerosos que sus dioses decidieran castigarlos. Creían que esos rayos y la lluvia podían arrebatarles el coraje, la fertilidad, la vida.
Hoy muchos se rien de los indios, de sus dioses y de sus creencias (ya otros se reirán de las nuestras en los próximos siglos).
Pero la vida da revancha, incluso a los muertos. Y hoy, en la ciudad gris, también miramos aterrorizados al cielo ante cualquier nube tímida. Bien sabemos que unas pocas gotas alcanzaran para convertir mágicamente las calles en rios, los autos en boyas y los vidrieras en peceras. Espantados por la tormenta, tememos que esta pueda estropearnos los zapatos o inundar nuestro depósito. 
Una obra civil bastaría para evitar estos desbordes de la lluvia; ningún hombre puede impedir que un Dios le quite su espiritu, su coraje o su vida  si asi lo cree posible.
Mirando un poco al cielo, en soledad, se me hace mucho más humano el temor de aquellos indios. El cielo era para ellos su límite (el hombre todavía no había pisoteado la Luna) y a partir de allí todo era misterio. Hoy sabemos de órbitas y galaxias, presión, mercurio  y cumulus limbus. La lluvia es nada, el viento tampoco. El mercantilismo también se apoderó de nuestro inconsciente, y lo que nos importa es la cantidad: no nos asusta nada que no sea un huracán, un ciclón, o un tornado.
Creo que, oscuramente, nuestros miedos indican lo como somos, porque el temor señala aquello que valoramos. Dime a que le temes y te diré quién eres.
Húmedamente, este nostálgico reportero cree que le estamos temiendo a los los dioses equivocados.

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