Lo único que él siempre tuvo claro era que quería construir un faro flotante. Durante muchos años se dedicó a esta laboriosa tarea, digna de gigantes. Y un día, porque todo llega, el faro flotante estuvo terminado.
En una ceremonía íntima, él y su atormentada alma bautizaron al faro con una botella de champagne finlandés. Al amanecer, comenzó su venganza en forma de travesía: durante largas noches guiaron a los barcos de Su Majestad hacia campos de corales y tormentas eléctricas. Los marineros desconcertados se lanzaban al agua, enloquecidos por este faro que aparecía y desaparecía, y que cambiaba su ubicación según un oscuro capricho.
Por mucho tiempo el faro se encargó de guiar a las embarcaciones hacia los más profundos abismos, engañandolos con una promesa de tierra firme. El mismo había sido antes embaucado con falsas promesas de destinos mejores, de paraísos venideros.
Ese fue el verdadero faro del fin del mundo.
1 comentario:
este cuento me puede.
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