Cansado de surcar los cielos persiguiendo a su amada, sólo ansiaba unos brazos fuertes, capaces de abrazarla y retenerla para siempre junto a él.
Con la ayuda del Gran Dios Pájaro se hizo realidad su tan ansiado deseo: sus alas perdieron las plumas y se convirtieron en brazos ágiles y fornidos. Enloquecido de alegría, miró al cielo y le llamó a su amada, esperándola con sus brazos abiertos.
Pero la amada no fue en su busca; planeando bajo lo miró con desprecio y con dos rápidos aleteos se remontó en un vuelo inalcanzable.
Pero la amada no fue en su busca; planeando bajo lo miró con desprecio y con dos rápidos aleteos se remontó en un vuelo inalcanzable.
Sin alas, rojo de furia, el pájaro decidió recuperar a su amada. Tomó una rama, un elástico, una piedra, y la bajó de un ondazo.
La apoyó delicadamente sobre el cesped, lavó sus heridas, la desnudó, y luego le preparó un vestido de polenta. Después se sentó a la mesa, disfrutó del plato y antes de levantarse, coronó la ceremonia alzando una copa de vino tinto a su salud.
2 comentarios:
Qué error cambiarnos o aparentar ser lo que no somos para retener a otro, ¿no?
Y destruirlo porque no te acepta ni siquiera con tu transformación, peor.
Uff, durísimo.
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