domingo, 28 de febrero de 2010

Hombres


A  G.G.B


Me bajé con el  colectivo todavía en movimiento, dando un saltito. Me quedé parado en la esquina unos segundos, encendí un cigarrillo, le di dos pitadas y busqué la altura de la calle. Estaba a  unas siete u ocho cuadras. 
Las caminé despacio, para no llegar transpirado y  todo colorado.  Así que crucé por  la rotonda, seguí hasta el tercer semáforo como me habían indicado, hice 4 cuadras y doblé a la izquierda. Llegando a la esquina, en  la mano de enfrente, sentado sobre el medidor de gas me esperaba mateando el Zurdo. 
Nos saludamos con un abrazo. Cruzamos el jardincito ignorando a una radio que sonaba y a los perros que me olfateaban,  y entramos a la casa. Enseguida sentí olorcito a asado, y me alegré de haber comprado un buen vino tinto. El Zurdo agarra la botella  y me hace que no con la cabeza
- Pero para que gastas, boludo- me dice riéndose. 
Se lo veía contento al Zurdo. Siempre le gustó el buen chupi. Yo  lo conocí en el bar donde paraba cuando llegué a Buenos Aires,  jugando al truco.  Le debo haber caído simpático de entrada, porque pronto nos hicimos amigos. Esto fue hace unos cuantos años, así lo conocí. 
 _ ¡Hola, Nene!- me dice Susana, la mujer del Zurdo, y me toca el pelo, y las mejillas, y sonríe, y lo mira al Zurdo y sonríe- ¡pero Nene, qué lindo que estás!
 - No le digas Nene- acota el Zurdo inútilmente.
 Susana a mí me llama Nene, desde siempre. Nene, tenes cara de hambre, me dijo cuando la vi por primera vez, una noche que el Zurdo me llevó a su casa a dormir, y desde ese momento me dice Nene. A mi un poco me gusta que me diga Nene, aunque el Zurdo después la corrija.
Cruzamos el living, Susana desaparece por el pasillo, y yo sigo con el Zurdo camino al jardín. 
Nos sentamos a unos metros de la parrilla, donde unas achuras se doran lentamente. El Zurdo me pregunta por la barra del bar mientras descorcha la botella que traje, y yo le cuento más o menos en qué anda cada uno, que  ayer se murió el Negro Lorenzetti, y que Mecha Corta hace tiempo que no aparece, en fin, un pantallazo rápido. 
El Zurdo se para y va hacia la parrilla, prende un pucho y se pone revolver un poco las brasas con un hierro, y mientras se agacha  para mirar mejor, me pregunta:
 _ ¿ Y vos?
 _  ¿Y yo qué?
 _  Que en qué andas, ¿te metiste en algún problema? – sugiere bajando un poco la voz.
 _  Pero no, che. ¿No puedo venir a visitarte acaso? 
 _ Pero más vale que podes, no te pongas así, che – sigue revolviendo las brasas, y algunas chispas se escapan con el humo. Hace una pausa, y hablándole a la parrilla escupe
 _  Pero igual vos tenés cara de andar con algún  entripado. 
No hay caso, cuando al Zurdo se le mete algo en la cabeza no hay quien se lo saque. Es cabezadura el Zurdo.



Mi problema se llama Verónica. La conocí hace unas semanas cuando entró al bar a saludar a Marcela. Y  me mató. El pelo suelto caía sobre la camisa de seda azul, sin mangas, y una pollera larga hasta el piso envolvía sus piernas. Parecía medio hippie. Delgada, con los pechos chicos y firmes, su nariz extraña era parte de su mirada, una mirada negra que combinaba con su pelo azabache. No llevaba sostén. Fue verla y saber que me gustaba. 
Se sentó un rato a la mesa, pero habló más que nada con Marcela. Igual una o dos pavadas le dije, pero entre Marcela que no dejaba de hablarle, y el baboso de Esperanza haciéndose el galán, la verdad que mucho no pude hacer. Cuando se despidió me dijo
 _ Chau Martín – y juro que su mirada se detuvo en mi por un segundo, un segundo más de lo normal, más que el que le dedicó a Esperanza, por ejemplo.
Al día siguiente en el bar le pregunte a Marcela si Verónica estaba sola, y cuando me dijo que sí, le pedí que me la presente, que arregle una salida, algo. Me dijo que bueno, y me pareció que no estaba muy convencida. El tema es que los días pasaban y Marcela no decía nada. Un día le recordé mi pedido y me dijo que sí, que no me preocupara. Pero no pasó nada. Pero la suerte estaba de mi lado porque el cumpleaños de Marcela caía el sábado siguiente, y tenía esperanzas de encontrar a Verónica ahí. 
Así que el sábado lo llamé a Joaquín, le explique la situación, y le pedí que me acompañara a lo de Marcela. 
_  Dale, vamos –me dijo Joaquín. 
Nos subimos a la bala de plata y en minutos estábamos en la esquina de Santa Fe y Talcahuano, a media cuadra del departamento de Marcela.   Cuando llegamos, en la penumbra se distinguía un montón de gente en el living, y el humo de cigarrillo ocupaba casi todo el espacio libre, pese a que el ventanal estaba abierto. A través de las cortinas que bailaban con el viento, tres tipos conversaban en el balcón tomando whiskey. Un grupo de chicas conversaba en el pasillo, mientras tres parejas bailaban despreocupadamente. La música estaba demasiado fuerte, y por momentos parecía que las paredes vibraban. No se escuchaba casi nada. Un poco de olor a porro se colaba desde atrás de alguna puerta. Una verdadera fiesta. A Marcela se la veía contenta y activa, recorriendo la casa todo el tiempo, charlando un poco con cada invitado, brindando por sus  veinticinco abriles.  Choqué mi copa con la Marcela, y le desee un feliz cumpleaños. Conversamos unos minutos, y después ella continuó con su tour doméstico. 
En la pared opuesta, cerca de la ventana que da a Arenales, estaba Verónica charlando con una amiga. Tenía puesto un enterito negro que le cubría el cuerpo como un guante, con un escote en el pecho, y una cadena muy brillante, de eslabones grandes y finos, plateados, que hacia de cinturón marcando su cintura. Tenía el pelo suelto y, por supuesto, no llevaba sostén.
Después de un rato nos fuimos con Joaquín hacia el  centro del living, donde estaba la mesa con las bebidas, y quedamos bastante más cerca de la ventana. Ya iba por mi tercer whiskey y lo estaba sintiendo. A Joaquín de lo veía bien, entonado, pero bien. En un momento, giré mi cabeza hacia el rincón para ver lo que estaba haciendo Verónica, y cruzamos miradas e hicimos como un saludo cada uno inclinando un poco nuestras cabezas y sonriendo levemente. Eso fue todo lo que obtuve esa noche: cuando no estaba hablando con un tipo, la agarraba una amiga para que la acompañara al baño, o había que soplar las velas, o sacarse fotos, o irse de repente.
Me tomé un par de whiskeys más. En el pasillo lo vi a Joaquín  seduciendo a una sombra, me lo quedé mirando un rato, y me dio un poco de risa, no sé por qué.  Busqué la puerta y me volví a casa contrariado. Me sentía como con bronca, con mala suerte. Me sentía un cagón, también. 
No fui al bar por unos días. El viernes me llama  Joaquín y me dice:
 _  ¿Dónde andabas, che?
 _  Acá, que sé yo, laburando...
 _  Pero dejate de joder, te estuve esperando en el bar para contarte. Escuchá: la mina con la que estaba yo la conoce un poco a Verónica: tiene veinticuatro o veinticinco años, es fotógrafa, pero onda artista ¿viste? estudia teatro... -y me cuenta todo esto con tono de voz bajo, casi susurrando, y me causa gracia escucharlo a Joaquín haciéndose el detective privado- parece que se peleó con el novio hace unos meses -agrega.
 _  ¿Algo más?- le pregunto medio en joda. Y Joaquín se da cuenta que lo estoy cargando, y me dice:
 _  ¡Anda a cagar, boludo! Te traigo la posta y me jodes...
 _  Pero no, Joaquín, no te enojes. Gracias por los datos, en serio. Hablemos mañana en el bar – le digo, y cortamos.
Al día siguiente, en el bar, me encontré con Marcela, que estaba impresionada por lo mal que lo había visto el martes al Negro Lorenzetti.
 _ No paraba de toser- repetía Marcela. Después hablamos un poco de política, pedimos otro café, y  en un parate de la charla aproveché para felicitarla por la fiesta:
 _  Che, estuvo buenísima la fiesta- le dije.
 _ Sí  ¿no? 
 _ Sí, muy linda – y después otro silencio invade por unos minutos la mesa. Finalmente me decido y hablo:
 _ Marce, tenés que hacerme un favor, tenés que arreglarme una salida con tu amiga Verónica – y me incorporo un poco sobre la silla, inclinándome hacia delante sobre la mesa, haciendo fuerza con los codos.
_ No sé...  -dice Marcela- viste como es Verónica. No le va a gustar esa cosa de la salida armada. Mejor que todo sea más casual, que se dé si tiene que darse –afirma mientras tira el humo del cigarrillo hacia el techo.
 _ Qué? –no puedo creer la pavada que me está diciendo.- ¿pero cómo querés que la encuentre en esta ciudad? ¿con telepatía?
 _ Mirá, si querés te doy el teléfono y la llamás vos, pero ya te digo que no se va a enganchar. Es otra onda ella – y termina su frase y gira bruscamente la cabeza hacia la ventana, y se queda mirando la calle. Y en eso llega Joaquín, la saluda a Marcela que aprovecha ese saludo para despedirse de los dos, y se va. Se va y no me da el número de teléfono, y siento que no voy a poder acercarme a Verónica nunca.



 _ Así que fotógrafa –repasa el Zurdo mientras revuelve las brasas y pincha las achuras y las coloca en una fuente plateada.
 _  Fotógrafa – confirmo. Y en eso llega Susana con unos panes caseros humeantes
 _ ¿Quién es fotógrafa? - pregunta interesada - ¿quién es fotógrafa? ¿estás de novio, Nene? 
 _  No le digas Nene –murmura el Zurdo, mientras sirve los platos.
 _ Una amiga –contesto- bah, una chica que conocí. Nada importante –agrego, tratando de cambiar de tema de conversación.
El asado estaba muy sabroso, y la noche acompañaba. El Zurdo me contaba contento su nueva vida, mientras llenaba los vasos y le pedía a Susana que subiera un poco el volumen de la música. Me hacía reír con sus cuentos, y la peleaba a Susana a cada rato,  y la otra que se enojaba o hacia que se enojaba.
Cuando terminamos de comer hicimos una fogata en el fondo del jardín usando algunas brasas, y Susana nos alcanzó unos vasos y la botella de whiskey, y nos sentamos un rato a mirar el fuego. 
 _ ¿Cómo te está tratando Manrei? –preguntó el Zurdo como si estuviera chequeando algo.
 _ Super, es un capo –digo, y el Zurdo me mira asintiendo.
 _ Buen tipo -agrega.
El Zurdo me consiguió ese trabajo hace unos años, y la verdad que me salvó. Conoce a mucha gente el Zurdo. Es esa clase de persona que uno invita a cenar y que al entrar al restaurante el mozo lo saluda. Y el Zurdo que nunca aclara nada, no dice yo venia acá hace unos años, o algo por el estilo. Nunca cuenta nada el Zurdo. Lo miro de reojo, con el fuego rebotando en su cara, y lo noto un poco más viejo. Pero se lo ve contento. El tipo se compró esta casita en la provincia, dejó la Capital, el bar, y se retiró.
 _  A disfrutar bien lo que me queda - dijo en la despedida que le hicimos.
En el bar  el Zurdo ocupaba un lugar importante. Jugaba al truco por plata contra cualquiera, pero después hablaba con muy pocos: con  el Negro, el Dandy y Moliné, con Cortázar, el mozo; con Joaquín y el Cantante, y conmigo. A mí un poco me adoptó, en el sentido que me ayudaba siempre, me tiraba puntas, me aconsejaba bien, quizás porque era el más pibe de la barra.
En el bar a veces escuchaba muchas pavadas sobre el Zurdo, pero la verdad nadie sabia que bien que hacía. Sí es cierto que a veces venían a verlo al bar, y el Zurdo se levantaba y se iba a hablar en la mesita del rincón cercano al baño, y que había semanas en las que no aparecía. Hacia muy poco me había dicho que el Zurdo era el cerebro de una banda que había hecho una estafa enorme a una compañía de seguros. Me lo dijo un viejo que paraba a en el bar, López creo que se llamaba. López era un cana retirado, un borracho total con el que había que andar con cuidado porque andaba calzado -un borracho con bodega propia, solía bromear Joaquín-. El otro día me dijo eso, me dijo que el Zurdo se dedicaba a pensar, que desde la mesa del bar él planeaba todo. Yo nunca escucho demasiado a los borrachos, me aburren, así que no le presté mucha atención a López y al rato me cambié de mesa.

El Zurdo se levanta y se dirige  a la casa, seguro que va al baño, pienso. Yo me quedo mirando el fuego,  me doy cuenta que estoy totalmente mamado, y siento que me quedaría así hasta dormirme, lo que significa que es hora de irse. Prendo otro cigarrillo, me pongo de pie, y voy para la casa. La saludo a Susana, le prometo volver pronto y en el pasillo lo espero al Zurdo que está saliendo del baño.
 _  Me voy, Zurdo –le digo, y voy a darle un abrazo, pero me detiene diciendo
 _  Para que te acompaño a la parada del colectivo.
 _  Pero no che, dejate de pavadas...
 _  Ya vuelvo, Susana –dice el Zurdo como si no me hubiese escuchado, y salimos a la calle. Se siente el frio de la madrugada, y con el Zurdo caminamos despacio y pegaditos, como dos chicos yendo al colegio en una mañana de invierno. 
 _ Esta mina, Marcela, anda sola hace tiempo, ¿no? –pregunta de repente el Zurdo
 _ Aja 
 _ Y por lo que yo recuerdo, no está nada buena, no?
 _ Y... la verdad que no- reconozco. El Zurdo se detiene y mira a lo lejos si venia el colectivo. No se veía nada. Encendimos dos cigarrillos, y entonces el Zurdo comenzó a hablar:
 _ Marcela, no te va a ayudar con Verónica. Ponele la firma. ¡Mirá si le va a conseguir un macho a una amiga estando ella sola! No querido, es algo que no va  a hacer nunca. Y como va a ser difícil que consigas un amigo que la entretenga para que vos puedas irte con la amiga, no te queda otra que puentearla.
 _ Pero ¿cómo?
 _  Pará, dejame hablar –me corta el Zurdo- Marcela no te va a ayudar. Punto. Así que hay que sacarla del medio. Primero hay que conseguir el teléfono de Verónica. Pregúntale a Martha, la mujer del Dandy, quizás ella lo tenga. Martha  vende cremas  y maquillaje a las minas del bar, y le vendió a Marcela más de una vez. ¿Viste que los vendedores siempre te piden el teléfono de algunos amigos para ofrecerles los productos? bueno quizás Marcela dio el de Verónica. Si eso no resulta pedile a Cortazar que te lo consiga, y dale unos mangos. Decile que se llama Verónica, que es fotógrafa y que es amiga de Marcela, con eso le alcanza. Es un buen mozo Cortazar, y vivo. Sabe de estas cosas Cortazar. En unos días te lo consigue- y el Zurdo vuelve a mirar si no viene el colectivo, le da otra pitada al cigarrillo, y continua:
- Vos la llamas a Verónica y te presentas: soy Martín el amigo de Marcela, le decís. Con eso te va a ubicar enseguida. La mina va a estar media sorprendida, así que tenés que entrarle por un costado medio legal  al asunto. Prestá atención, acá viene el verso: vos le decis que te contaron que es fotógrafa, y que hace tiempo que tenes una idea en la cabeza, un proyecto, que te gustaría llevar a cabo y necesitas un fotógrafo. Ahí va a picar, si no es por vos por lo menos por curiosidad profesional. Entonces le decís que a vos las fotos te intimidan, que siempre salís mal, que pareces otra persona en las fotos, una persona que no te gusta, que no es la que ves siempre en el espejo. Que es una pavada, porque después de todo no sos modelo, ni nada así, pero que siempre que sacan una foto vos salís mal, y es algo que realmente te molesta. Le decís que crees que eso es por temor a la cámara, y que hace tiempo venís pensando que si alguien te sacara muchas fotos, si te enseñara a mirar a la cámara, si lograra hacerte sacar tu verdadera personalidad, vos sentís que superarías ese problema, y que sería genial para vos solucionar ese tema. Yo estoy seguro que la mina va a entrar. Esto tiene que ver con lo que hace, y tiene una vuelta de tuerca psicológica que a las minas les encanta, sobre todo si son medio artistas. Además vos me dijiste que le habías caído simpático, ¿no? – el Zurdo hace una pausa, como si estuviese recapitulando todo lo que me dijo. Mira nuevamente a lo lejos y esta vez viene el colectivo.
 _  Sí, hace eso –dice sin mirarme- no puede fallar. Después todo depende de vos y de Verónica. – me da un abrazo, tira el pucho al suelo, me guiña un ojo y  cuando está a punto de irse, se da vuelta y me dice:
 _ Si te llega a preguntar dónde conseguiste su número teléfono decile, medio riéndote como con vergüenza, que Marcela no te lo había querido dar, que se había puesto celosa, y que el otro día en el bar aprovechaste cuando Marcela fue al baño para espiarle la agenda. Eso también va a servir, a las minas les gusta hacer sentir celosas a las amigas.- Dada la última recomendación se da media vuelta y se va antes de que me suba al colectivo.
Me siento en el último asiento, cierro un poco la ventanilla y repaso mentalmente el plan. No quiero olvidarme de ningún detalle. Trato de grabar cada palabra, cada gesto. Está comenzando a amanecer. Está bueno el plan. El Zurdo sabe de estas cosas. El colectivo cruza la General Paz, y ya me siento más a gusto. Miro a través de la ventanilla, tengo la imagen del Zurdo revolviendo las llamas con el pucho en la boca, y me vuelve a la cabeza lo que me dijo López aquella noche. 
Antes de bajarme me asalta una duda ¿cuánto debería darle a Cortazar para que me consiga el número?

7 comentarios:

Nena dijo...

Muero por el cuento completo nene!

Julián dijo...

Buenísimo el tono del cuento.
Gran personaje el Zurdo.

Loon dijo...

Si, muy capo el Zurdo.
Ese cuento es el origen de Martín, el Zurdo, Cortázar y de las historias que luego poblaron los Relatos Cruzados.
Guardo, impoluto, el recuerdo de GGB pensando en voz alta el plan para conquistar a la morocha. Una maravilla.

n., dijo...

Jajajaja!!
Buenísimo, Loon! Qué buenos personajes, che.

Loon dijo...

Txs N!

Anónimo dijo...

Flipo con la mente criminal del Zurdo. Me encantan las maquinaciones. Suerte a Mart´´in con Ver´´onica.

Sk

Julián dijo...

Mirá vos, che, yo a eso lo recordaba como algo de Kco.
Si no me equivoco Marcela es IM. Recuerdo a Kco diciendo: "de un grupo de 8 pibes, nadie le tocó un pelo; no te va a ayudar con la amiga jamás".
Lo otro pensé que era construcción tuya.
Por último, sí, acá nacieron los Relatos. De hecho, el tono de los Relatos es el mismo que el de este cuento.