viernes, 26 de febrero de 2010

Parado en un semáforo

Bocinas en una noche calurosa pueden significar muchas cosas: amigos persiguiendo al auto de los novios, un gol de Boca sobre la hora, la imperiosa necesidad de abrirle paso a una ambulancia, la decisión colectiva de ignorar a un semáforo que no cambia nunca de color (parece que nunca jamás cambiará de color); o tal vez la furia general hacia un hombre que se queda parado en la mitad de la calle cuando –por fin- ese semáforo ha decidido cambiar de color.

Yo soy ese hombre, y esas son sus bocinas.

Luz verde.

Cualquiera que sepa un poco de estadística sabe que el Universo se repite, y otros quizás lo ignoran pero lo intuyen; el resto toca sus bocinas. Y el Universo se repite porque el azar es malicioso y pretende confundirnos con ilusiones falsas de orden y lógica. Idiotas. He visto más lógica en las mesas de los casinos que en las crónicas de nuestros días. Subo las ventanillas.
El ruido de las bocinas comienza a molestarme.
Luz roja.
Tanto esfuerzo, tantos años de amor… tantos planes acordados.
Luz verde.
Y nosotros y nuestra estadística, esa necesidad de tener certeza, de saber que esto va a pasar y que aquello no nos va a pasar. Pero lo que no nos va a pasar nos pasa, a veces nos pasa.
Luz roja.
La gente comienza a bajarse de sus autos (los veo por el espejo retrovisor), otros siguen pegados a las bocinas. Son los que no saben nada de estadística. Luz verde. El 74% de los hombres volvería a casarse con la misma mujer; el 32% de las mujeres no se casaría con el mismo hombre,. es bajo ¿no?
Luz roja.
Los hombres son 6 veces más propensos que las mujeres a ser heridos por rayos. Las personas diestras viven un 10% más que las zurdas. Las probabilidades de morir en la calle unA herida de bala es de una en diez mil.
Luz verde.
¿Y dónde quedamos nosotros entonces?, los que observamos el orden y las leyes; la rutina, los semáforos. ¿Cómo seguir cuando, sólo por capricho, se vuelve a casa más temprano que lo acostumbrado y se encuentra a la mujer que uno ama, mostrándonos que pertenece a ese 32%? Y aquello se vuelve realidad, y nos pasa.
Pero maldición, ¡Aléjense de mi auto!¿ O no se dan cuenta que tengo un revolver?
¿Tan ciegos son?¿ Tanto les importa ese semáforo?
Al diablo con los semáforos, con la estadística y con los carteles de contramano y de stop. Mi rutina duró años (definió un orden), un día cambió porque si y todo se desmoronó.
Me pregunto si mi comportamiento no fue malicioso, si imitando al azar, no traicioné a mi mujer llegando temprano, quebrando su lógica, su certeza. Ella también era de las que tocaban la bocina…
¿Pero pueden creer que hay alguien que insiste con su bocina todavía?.
Voy a bajarme del auto.
Uno en diez mil, 32%: es de no creer la mala suerte de algunos.


2 comentarios:

Nena dijo...

Brillante!!

Julián dijo...

Pero qué hijo de puta!
Qué buen cuento!